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SE VA A FORMAR UN ARROZ CON MANGO.

  • Foto del escritor: Carlos
    Carlos
  • 13 ago 2022
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 15 ago 2022

De Colombia y los colombianos. De tomar café cuando no lo hacías.



No suelo tomar café. La verdad que analizándolo no sé el porqué. Creo que viene de familia, o porque una vez a mi hermano le sentó mal, y claro, si a él que, para mí en aquella época, era el tío más fuerte y valiente de la Mancha (o al menos de la provincia de Toledo) le ocurrió, pues pensé que a mí siendo aún un proyecto de persona humana, me iba a sentar peor.


Esto, por poner un ejemplo rápido, es un pequeño prejuicio, en este caso, en contra del café. Y es curioso, porque un prejuicio es juzgar algo o alguien sin tener toda la información, conocer o haber experimentado todas sus posibilidades, es decir, podrías juzgar bien o mal, pero como somos así, siempre prejuzgamos regulero. Pues eso, Colombia.


Si a lo que te han contado y has visto en Netflix, le sumas una realidad que tuvo lugar en el país hace unos años y que aún hoy en día en ciertas zonas puede seguir vigente, el resultado se convierte en tu familia, amigos y conocidos invalidando tus vacaciones y haciendo el comentario cuñado del secuestro, la droga y "Peter Escobar".


La simpatía por bandera, el extra de simpatía. Creo que nadie te lo dice o lo hace visible, pero se notaba el querer agradar, como cuando vas en casa de los suegros. Se notaba el querer enseñar, las recomendaciones, la ayuda, los mensajes continuos de tranquilidad. Querer enterrar un pasado, pero como debe hacerse, siendo conscientes de que existió y de que sigue existiendo. Hablando de ello y asegurándote que cada día son menos los que siguen estando a ese lado, que hace unos años ocupaba a mucha más gente. Aquí solo aclarar, que, aunque éticamente no sea lo adecuado es una realidad que aún está vigente, y es que a veces, la moralidad se vuelve borrosa dependiendo de la situación que tengas. Sólo para que le deis una vuelta.


Colombia es el país del realismo mágico, y sinceramente, pareciera que el país se hizo después de este movimiento artístico. Lo irreal está presente y no muy lejos. Lo mágico se da por sentado. Los diferentes mundos que existen dentro de una misma zona te hacen pensar entre lo conectados que seguimos estando, conexión que por supuesto aquí ni notamos ni queremos notar.


Desde las playas del Caribe a El Mamey son 2 horas en coche, y al comenzar a andar, entras en un mundo que no pareciera tuyo, un sitio al que no perteneces, como cuando ibas de campamento y los primeros días no podías dormir. No conocía las plantas, ni las frutas, las tantas frutas, ni los caminos, ni donde podía bañarme o beber, no sabía que animales había y si eran peligrosos, no paré de preguntar, y a parte de las respuestas, obtenía caras de incredulidad. Yo también era y soy parte de eso, pero no lo parecía, y ellos se dieron cuenta en cuanto me vieron la riñonera y la mochila quechua.


Llegar a la ciudad perdida es tarea de 4 días. Andar por la Sierra Nevada de Santa Marta, llueva, hago sol o niebla y lidiar con lo que allí vive. La tribu kogui está, y está para cuidar lo que para ellos es el corazón de la Tierra. Al tanto de todo lo que pasa en el mundo (el tuyo y el suyo). Sabían que había nevado en el Sáhara, que las ranas y debido al aumento del calor, estaban empezando a nacer todas hembra, sabían que árboles utilizar para sus medicinas y para las nuestras, sabían predecir el tiempo, cómo funcionaban los vientos y las mareas en el mundo y se guiaban por cosechas y lunas, no por relojes que te miden los pasos y te muestran a cómo está el bitcoin. No tomaban azúcar ni sal. La serenidad era para ellos el secreto de la longevidad, y la sabiduría se transmitía y se transmite de manera oral y en largas sesiones a los más jóvenes, que deben escuchar y aprender para mantener a los koguis vivos, literalmente.


Perdida solo es para nosotros, por lo lejos que está, porque no entendemos nada de su alrededor, porque ya no formamos parte de ese ambiente. Porque parece que ya hace tiempo que nos dan igual los incendios, las olas de calor, o de frío, las sequías, las ciudades grises, las demás personas y generaciones. Ya hace tiempo que aquí “cada perro se lame su pijo”.


Traje café, para comenzar a beberlo. Con Colombia ya lo hice. Traje ganas de contar que nos vamos a la mierda, que la estamos liando, o que se va a formar un arroz con mango, como se dice allí. Ganas de contar que estuve cerca de quiénes más lo saben, más lo notan y más luchan por ello, aún siendo los que menos sufrirán. - Si hay árboles y agua, estaremos bien - dijo. Ganas de aportar un pelín más.


Colombia, además, son calles de colores, música, fiesta, fruta y algo más de fruta, muchas playas salvajes y ciudades con ritmo, ruido y caos. Caos medio controlado. Sancocho, olas, mosquitos y frijoles. Arepas. Arepas. Arepas. Baile, a todas horas, hasta de las palmeras. Gente agradable, mercados de pulgas, evolución y nuevos negocios, tradición y perdón.


P.D.: Hablar el idioma de otra cultura creo que es lo más valioso que uno puede encontrarse. Preguntar y conversar. Entender que te duele a ti y que les duele a ellos, o al menos intentarlo. Y traer algún mensaje por estos lares, si es que alguien quiere escucharlo. Siendo consciente siempre que no hace falta irse a la selva colombiana para hacer estos descubrimientos. Siendo consciente que el cambio y la ayuda comienzan de manera local.

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MondoRedondo

Soy yo, al que abres la puerta cuando dice esto mismo.

 

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Gracias a mi familia y amigos, que tienen el poder y lo transmiten.

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