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RYANAIR

  • Foto del escritor: Carlos
    Carlos
  • 22 feb 2019
  • 3 Min. de lectura

Los momentos de mayor éxtasis creativo a veces ocurren entre sobacos, pisotones y miradas desangeladas de gente desconocida. Conviene darse cuenta que por mucho que lo diga un post positivista de Instagram, hay que apechugar con ciertas cositas, sin perder el hambre nunca, eso sí.



Creo que en total fueron unos siete minutos, pero, en aquel instante de vacío racional, en aquel instante estático para mi mente y mi cuerpo, vi a la gente mirar por la ventanilla del avión al caer la tarde, vi a la gente buscar un nuevo comienzo, algunos de forma silenciosa, y otros con ojos que bailaban, corrían y olfateaban cualquier estímulo visual que pudiera producir placeres por descubrir. Ojeé como otros pensaban en grandes planes tras su vuelta, vi aquella expresión de la victoria, que haciendo otro esfuerzo creativo más, pude comparar con la vuelta a casa de aquel guerrero tras haber matado al dragón. Vi su brillo, sus medias sonrisas, sus dedos inquietos rodeando y tocando aquellas caras anaranjadas debido a los rayos de sol que entraban a través de la mugre de la ventanilla de Ryanair. No se escuchaba, pero al verlos rodeados por sus cascos, los imaginé con música de tiempos pasados, con éxitos de carácter épico, tradicional y motivador, y que actuaban como catalizadores de todas aquellas ideas futuras. Las miradas perdidas parecían indicar concentración y nervios por ese comienzo, como cuando te jugabas el partido del recreo al último penalti. Creo que aquel estado de espera me hizo imaginar anhelos de cambio y revolución, vidas a punto de nacer de nuevo, oportunidades a redimir para crecer, saltar y dejarse llevar. Me hizo imaginarme cual testigo de todas y cada una de aquellas sentencias, y - ¿por qué no? -, pensé, - ¡Creo que todos son inocentes! -. El silencio y los oídos taponados solo dejaban percibir el ruido lejano pero intenso de las turbinas, cómo dejando entrever el poder oculto en aquella masa de gente. Dejando entrever la rabia del volcán antes de explotar, del león domado apunto de escapar. Nunca lo había vivido así, nunca había podido empatizar y trascender a tan alto nivel, creyendo hasta aquel choque, que eramos dueños de agallas dignas de ejércitos espartanos. Un choque rápido, pero totalmente esperado. El avión tocó el suelo o el suelo toco el avión, que siempre tengo esa duda, y fue tan leve el golpe, que un par de pestañeos devolvieron la realidad de la rutina al interior de todos aquellos cerebelos. A mí me pareció un aterrizaje suave, pero con él me di cuenta que todo aquello que percibí, olí y sentí, ahora se entremezclaba con unas ganas irrefrenables de abandonar el avión cuanto antes, de volver a casa, de sentirse útil y reconocido. Ganas de volver a ser uno de los miles hombres grises que andurrean bien seguros por los míseros terrenos terrestres. No lo pude ver ni oír, pero noté como todos aquellos pensamientos se derrumbaban y caían unos encima de otros, como se entremezclaban las letras y los colores, terminando en una especie de vómito verborreico y paranoico que dejó, a su alrededor, una humareda de frases y sueños cuñadistas sin cumplir dignos de protagonizar las mejores tazas de Mr. Wonderful.


Y todo esto, que intenta reflejar aires de grandeza y exotismo por mi parte, he de decir, que lo escribí desde la comodidad de sentirte arropado por cientos de personas a las que no les importas una mierda, pero sin faltar, y recordando siempre, que cada alguien es alguien de alguien. Lo escribí entre aquella estampida, que unas veces me arrastra fácilmente, y otras, no me deja luchar como quisiera mi mente. Lo escribí siendo consciente, que a veces, la realidad golpea fuertemente, que tus ansias de libertad son vencidas ruinmente.

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MondoRedondo

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