EL ETERNO RETORNO
- Carlos
- 8 feb 2018
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 9 feb 2018
Volver, repetir, ciclos, ciclos con sus giros. Bien cerrados, a veces. Por cerrar, otras.

En un ambiente mucho más rutinario, siempre es más complicado encontrar los estímulos que impulsan a tu cerebelo a recalentarse de pensar cosas variadas, profundas y un tanto extravagantes. Pero de allá para cuando aparecen, y aparecen con gente extraña o conocida, en mitad de la sierra o en plena Gran vía, en tus tardes libres o en el café de media mañana.
Era un día soleado y estábamos de terracitas, pero quizás el ambiente adecuado hubiera sido lluvia y un cheslong, no por ambientar la conversación en un ambiente más pesimista, que algunas veces lo era y otras no, sino por hacerlo igual de confortable que la comodidad que nos proporcionaba hablar de las mierdas del supuesto primer mundo.
Y es así como el estímulo apareció, y si fuera una película, la voz en off del tráiler (intentar leerlo así) diría:
“En mitad de dos vidas ajetreadas, en mitad de dos personas que querían labrarse un futuro…
(Fundido a negro, música tranquila, pero con algo de salsa y ritmo, dos personas sin identidad y entre sombras alternan los temas tratados, como si de un peloteo de tenis se tratará, alternando golpes, intensidad y volumen de los mismos).
-Irse-, -nuestra sociedad-, -la sensualidad-, -y la sexualidad-, -el confort-, -nuestro y vuestro adoctrinamiento-, -algún que otro libro que nunca se leyó-, -volver-, -los máximos y los mínimos-, -unas pocas verdades universales dictadas por nosotros mismos-, -asentimientos-, -negaciones-, -tiempos pasados-, -planes inverosímiles-, -un par de confesiones-, -la mucha o poca inteligencia-, -dar-, -lo del carpe diem-, -recibir-, -una pipa de la paz-, -percepciones externas-, -y también internas-, -de nosotros mismos-, -y de algún o alguna otra persona que nos interesaba-, -dos cervezas-, -una tapita-, -¡ah! y los necesarios abrazos de bienvenida y despedida-.
Una historia nominada a la mejor tarde del miércoles, y a las conversaciones más insulsas y profundas a la vez. Una historia que pretende tocar patatas, remover intestinos y humedecer ojirris. Una historia como muchas otras, en un bar cualquiera y con gente nada especial que hace que tengas las mismas ganas de verla que de no hacerlo, pero, en definitiva, tengas ganas de algo”.
Parece que hay demasiada trama o temática para tan sólo 140 minutos de charlita, pero no, al final siempre hay alguna o algunas conclusiones, pero antes de llegar a ella, quería trasladaros al estado que hace que alguien piense de forma continua y algo angustiosa a veces, en su futuro a corto, medio y largo plazo, que piense en su felicidad, en su inconformismo, que piense en cuerdas que atan, rutinas que envejecen, y lo más peligroso aún, que piense en estas cosas no sólo de su pecho hacia dentro, sino involucrando a gente de su alrededor, conocida o desconocida. Quería trasladaros al estado al que a veces yo llamo: “desasosiego acomodado”.
Pues eso, entendidos dichos sentimientos o por lo menos presentados sobre la mesa, es mucho más cómodo, fácil y comprensible, saber que alguna de esas mentes juguetee de vez en cuando con ciertos términos filosóficos, relativos a la cotidianidad y presentes, pero ocultos, en la vida diaria.
Después de tantas vueltas, idas y venidas, se escuchó una idea que ya había rondado mi mente: el eterno retorno. Por supuesto este término no es mío, ni yo lo hubiera definido así, pero es verdad que los círculos se presentaban ante mí de forma causal y a veces casual. Es decir, aunque varíe y cambie todo parece repetirse, todo parece llevarte al inicio y obligarte a cerrar dichos círculos, todo parece repetirse, y no por aburrimiento y rutina, sino por aprendizaje y oportunidades.
Entonces todo parece una constante ¿no?, cuando pareces ver el final, aparece la siguiente parada como en la línea 6 de metro, y te dices a ti mismo: “¡coño, creo que por aquí ya he pasado!
Pues claro que has pasado, ahora depende de ti aprovechar el impulso que traes, para marcarte la mejor vuelta al circuito en mucho tiempo, aprovechar lo que, y los que recogiste en esa vueltecilla, pero sin olvidar que aunque suene simple y fácil, siempre vas a ceder ante las cuerdas, siempre vas a caer en la queja costumbrista de la era milennial y siempre puedes acabar mareándote de tanta línea 6, queriendo cambiar a una línea bien recta, con principio y final, con todo bien estructurado, automático y que no proporcione el cansancio del “carpe diem” que te da el eterno retorno.
Y todo esto paso un miércoles, a media tarde y por un sitio perdido de Legazpi, y que por cierto y como me dijo este gran amigo, nunca volverá a ser ese día.
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