DONDE EL CIELO Y LA TIERRA SE UNEN
- Carlos
- 4 feb 2018
- 3 Min. de lectura
No, no es una frase moñas, no es el título de la próxima novela de Paulo Coelho, ni tampoco es el próximo estreno de Mario Casas, sólo es lo que transmite un poco bastante de sal, algo de agua, un sol juguetón que viene y va y un fondo de nubes y montañas puestas a punto de forma perfecta.

Fue de una forma sencilla, muy sencilla, como me di cuenta, fue sin querer, como casi todas las cosas buenas, y fue de nuevo con una conversación.
Pero primero, comentar que esto pasó en Bolivia, tras recorrer medio Chile en avión y bus, llegar a la frontera en minibús y aparecer, tras tres días por el desierto, en Uyuni, en el salar de Uyuni. Y lo segundo, que aunque suene fácil, divertido , rápido y bonito, debe mencionarse algo de polvo, mucho sueño, alguna rueda pinchada, el mal de altura y la falta de higiene corporal (higiene corporal profunda, que la otra la vas cubriendo). Todo esto, debido a dos razones fundamentales y de peso: un presupuesto estudiantil que evita lujos y proporciona fruta, chocolate, pan y jamón de york como menú, y el sentimiento este de pasarlas un poco “putas”, sufrir algo, pensarlo dos veces, pero hacerlo, y al que yo reconozco por la famosa expresión del “si ya, qué más da”.
Bueno, vamos con el descubrimiento profundo que decía, y que entre foto y foto de aquello y algún que otro “me cago en…” “vaya tela” o “adiós mi madre” proveniente de la sorpresa que el salar nos daba, apareció sin querer.
Estábamos muy a “tomar por el culo”, muy lejos, y ¿sólo para ver agua, sol, sal y alguna nube? ¿Había merecido la “pierna”? Pues resulto ser que sí, resulto ser que estábamos lejos, lo estábamos comentando, estábamos lejos de todo, en mitad de nada, y nos parecía extraño, que allí, tan lejos, en nada, el cielo y la tierra no entendieran este concepto, que el cielo y la tierra estuvieran más cerca que nunca, tan juntos que casi fueran lo mismo, pero no.
Estaban separados y tan cerca como un gol de un fuera juego, un buen beso de la mayor cobra de la historia, montar en el metro o llevarte un portazo en la cara, una buena tortilla de una masa pegada a tu sartén, una pareja de calcetines a punto de entrar en la lavadora, el tercero del cuarto, el coyote del correcaminos o unas "cerves" de la peor resaca.
Estábamos lejos, lejos de lo de toda la vida, lejos de una buena ducha, de unas pipas en el parque con estos, lejos de la paella del viejo, de unas canastas en el colegio, de perder el metro, de ver el partido con el chache, del ordenador y sus trabajos para la uni, de los “me gusta”, lejos de las preocupaciones excesivas y no tan excesivas de una madre, lejos de los madrugones “porque sí” y más lejos del “qué dirán” o el “qué me pongo”. Pero a la vez, estábamos muy cerca del sol, de un rato de silencio, de un aire con un sabor sospechosamente extraño a aire, de alguna que otra conversación valiosa por la falta de cobertura o de las pocas prisas.
Estábamos justo en esa línea que marca estar lejos de lo de siempre o cerca de lo de nunca, según quieras, esa línea que hace que te tiemblen las piernas, que se lo comentes a la almohada, escribas una lista con pros y contras, preguntes a familiares y amigos, consultes el horóscopo, hagas alguna que otra cuenta o incluso tires una moneda buscando la cara o la cruz. Justo esa línea, que parece separar dos cosas muy muy lejanas, pero que llevadas al límite, parecen estar muy cerca, mucho, como la tierra y el cielo en Uyuni.
Entonces piénsatelo un par de veces, que no sé si algunas veces estarás lejos de lo de siempre o cerca de lo de nunca.
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